El Hechizado

el hechizado
Carlos II (1661-1700) fue el último rey de la casa de los Austrias. 

El monarca sin descendencia. Carlos II, apodado “El Hechizado”, fue un hombre de aspecto inquietante por las deformaciones propias de la consanguineidad y las enfermedades, aunque en la época se achacaba este hecho a brujerías y otra serie de sortilegios oscuros, de las que el desdichado monarca sería víctima durante toda su vida. Alcanzó el trono a la edad de cuatro años, aunque como verdadero regente… se puede dilucidar que nunca ejerció, pues se sirvió de diferentes válidos para reinar.








Su aspecto era tan “extraño” que hasta un nuncio papal se atrevió a describir así su encuentro:
«El rey es más bien bajo que alto, no mal formado, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara larga y como encorvada hacia arriba; el labio inferior típico de los Austria; ojos no muy grandes, de color azul turquesa y cutis fino y delicado. El cabello es rubio y largo, y lo lleva peinado para atrás, de modo que las orejas quedan al descubierto. No puede enderezar su cuerpo sino cuando camina, a menos de arrimarse a una pared, una mesa u otra cosa. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia».


Todo ello provocó que empezara a ser apodado como el 'Hechizado', pues su aspecto enfermizo y su incapacidad para llevar una vida normal hacían creer al pueblo que estaba bajo el efecto de un embrujo.

Fue sometido a exorcismos de toda índole, incluidos algunos con el lignum crucis, lo cual no hizo sino mermar aún más la salud de Carlos II hasta que finalmente falleció. Tras certificar el exitus letalis, se procedió al estudio de su fatigado cadáver, el cual no hizo sino acrecentar los misterios en torno a su figura.
«No tenía el cadáver ni una gota de sangre; el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta; los pulmones, corroídos; los intestinos, putrefactos y gangrenados; un solo testículo, negro como el carbón, y la cabeza llena de agua».


Carlos II expiró en Madrid, a la edad de cuarenta años, dejando un testamento sucesorio que provocaría una guerra, la Guerra de Sucesión que daría paso a una nueva dinastía en la monarquía de España, la de los Borbones.


Ilustración basada en el Retrato Real realizado por el pintor de cámara de Carlos II, Juan Carreño de Miranda, hoy colgado en el Salón San Fernando del Ayuntamiento de Sevilla. Fuentes y más información: navedelmisterio.com y defensacentral.com

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